Luis PÁSARA. Velasco. El fracaso de una revolución autoritaria. Lima: Fondo Editorial Pontificia Universidad Católica del Perú, 2019. 311 pp. ISBN: 978-612-317-494-1.

El cuarto de siglo que se extiende entre el golpe de Estado de los militares brasileños en 1964 y la salida de la presidencia chilena de Augusto Pinochet en 1989 es un periodo en el que, en un momento u otro, las Fuerzas Armadas desempeñaron un trágico papel dominante en la gran mayoría de los países latinoamericanos. Solamente Costa Rica, Venezuela, México y Colombia, aunque este último estuviera inmerso en un serio conflicto armado, se vieron libres de dictaduras y/o de regímenes de seguridad nacional. Sin embargo, no todos los procesos estuvieron signados por una conducción política similar. El perfil que tomaron sus relaciones internacionales, la búsqueda de ciertos apoyos sociales, la sistemática violación de los derechos humanos, las políticas económicas implementadas, si bien tuvieron una orientación similar en buen número de casos, permitieron, no obstante, variantes notables. El caso «de la vía autoritaria» peruana (1968-80) es un claro ejemplo.

En primer y fundamental lugar porque su autoproclamación de revolucionaria se alejaba claramente de la retórica que, por ejemplo, había enunciado la revolución libertadora argentina de 1955. El manifiesto del 2.10.68 con el que se iniciaba el proceso sostenía que la acción del nuevo gobierno revolucionario se inspiraba

en la necesidad de transformar la estructura del Estado, en forma tal que permit[ier]a una eficiente acción de gobierno; transformar las estructuras sociales, económicas y culturales; mantener una definida actitud nacionalista, una clara posición independiente y la defensa firme de la soberanía y dignidad nacionales; restablecer plenamente el principio de autoridad, el respeto y la observación de la ley, el predominio de la justicia y de la moralidad en todos los campos de la actividad nacional.

Un ideario que se plasmó el día siguiente en un escueto Estatuto del Gobierno Revolucionario de apenas 11 artículos.

Ello guio un proceder de un nacionalismo insólito para el momento que llevó al Perú a alejarse de la órbita de Estados Unidos para aproximarse a la Unión Soviética; poner en marcha un inédito mecanismo de movilización social desde arriba que sustituyera a los partidos políticos, que quedaron hibernados; establecer los pasos para la creación de una industria nacional, y llevar adelante la siempre pospuesta reforma agraria. Se trataba de un plan de gobierno minuciosamente elaborado en los años anteriores desde el Centro de Altos Estudios Militares como ejercicios de sociología y economía del desarrollo en pro de una estrategia en la que el enemigo no eran los países vecinos, sino el profundo subdesarrollo en el que se encontraba el país.

La cabeza visible de la revolución peruana era el general Juan Velasco Alvarado, quien, de origen popular, había logrado asentar un liderazgo sólido en la institución y que inmediatamente se proyectó como un caudillo capaz de dirigirse a las masas desde el balcón de la plaza. Un insólito proceso de movilización social sacudió al país que terminaría cambiando su faz en muy poco tiempo. Algo que el sociólogo Matos Mar bautizaría en 1984 con el preciso término de «desborde popular».

El proceso se quebró en buena medida por la enfermedad que asoló a Velasco, pero, sobre todo, por la división que se produjo en las Fuerzas Armadas pues, como señala Pásara, «buena parte de la oficialidad privilegiaba el orden», además de que veían con temor «el envalentonamiento de los cholos», de ahí la tradición de Morales Bermúdez en 1975 apoyada por la mayoría de los oficiales. A partir de ese momento, el Plan Tumac Amaru sustituyó al velasquista Plan Inca, definiéndose la ruta del regreso a los cuarteles y encaminando el proceso de transición a la democracia que se iniciaría con las elecciones para la Asamblea Constituyente de 1978, que promulgó la Constitución de 1979, y las elecciones generales y municipales del año siguiente.

El libro de Luis Pásara reúne cinco ensayos en torno a lo que ocurrió en esa larga década en el país. Se trata de textos escritos con prosa brillante a lo largo de varios años cuyo propósito, según señala el propio autor, intenta «analizar de manera objetiva el curso adoptado por los cambios introducidos y comprender las razones de sus límites y, en definitiva, su frustración». Se trata de trabajos que han sido revisados y corregidos «en algunas afirmaciones apresuradas que el tiempo ha aconsejado enmendar». Pero las tesis fundamentales esgrimidas por Pásara siguen siendo válidas: el propósito modernizador y desarrollista del Plan Inca en términos de poner en marcha un estado mínimamente eficaz que integrara a una sociedad que vivía en condiciones de miseria extrema y de brutal desigualdad construyendo una nación más justa e integrada. Algo tan simple, aunque de realización muy compleja especialmente habida cuenta de que el ejército peruano sucumbió a las diferencias internas ya citadas.

Los ejes sobre los que se articulan los capítulos tienen que ver con la evaluación general del proceso (primero y quinto), la cuestión agraria y el movimiento campesino (segundo y cuarto) y el tema de la justicia, del que el autor es un renombrado especialista (tercero y cuarto). Se trata de análisis originales con abundante evidencia empírica obtenida de discursos oficiales, entrevistas y medios donde, además, hay una permanente discusión con la literatura especializada. El libro recoge como acápite final extractos referidos al velasquismo de entrevistas a personalidades clave que originalmente el autor publicó en 2016 y 2017. Se trata de un valioso material que sirve para completar a Velasco Alvarado desde la mirada de intelectuales, profesionales y activistas.

En la introducción, Pásara encuadra la que a mi juicio mejor resume su valoración sobre aquel periodo transcurrido hace medio siglo del que fue testigo. La revolución, señala, cambió el sentido del resentimiento social, algo que, quizás, «algunos no perdonan». En efecto, el resentimiento pasó de los indígenas y mestizos hacia los pitucos limeños a reinvertirse, haciendo presa «de quienes se consideraron despojados del país al que creían tener derecho preeminente». Una secuela que sigue vigente.

Manuel Alcántara Sáez

Universidad de Salamanca